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Monday, September 24, 2007

El deprimido va a jugar al Golf


Ayer era la fiesta de la Mercè en Barcelona y no se trabaja. Un amigo mío, hijo del dueño de una de las mayores cadenas hoteleras del mundo, me propuso de ir a jugar a golf y sin saber porqué, acepté. Mi padre también vino.

Por la mañana me levanté con unos pensamientos muy extraños. Os juro que es cómo si tuviera la sensación de que algo o alguien controlan mi cuerpo sin tener una percepción de la realidad y no entiendo que hago vivo. Cómo si de un robot se tratara, decido alzarme de la cama e ir a jugar.

Eso si, no sin antes deleitarme con un buen desayuno. Suponiendo que tardo una media de 15 minutos en cada comida del día, en total son 45 minutos. 45 minutos sobre 16 horas que paso despierto representan un 4,6% que es lo equivalente al porcentaje de felicidad diaria que tengo.

En el trayecto, mi padre me ha preguntado si quería cambiar de psiquiatra y la psicóloga con la que realizo la terapia. Yo le he dicho que daba igual, porqué el daño ya estaba hecho y que sólo dependía de mi mismo para sacarlo adelante. Le he comentado que había iniciado un blog porqué con cuanta más gente compartas tus problemas, más posibilidades tienes de salir adelante y, en cambio, cuando hay dinero por delante todo se turba y acabas desconfiando de todo el mundo.

Durante el partido, pensaba en lo absurdo que era el deporte y en el derroche de horas que había invertido para aprender a jugar a este deporte cuando podría haberme interesado por cosas mucho más interesantes en esta vida. Un deporte mayoritariamente de viejos y materialistas que lo único que les interesa es comer bien, hablar de dinero y presumir de riqueza y bienestar.

Al acabar el partido, he tenido mi recompensa poniéndome las botas. De primero he pedido una ensalada de queso de cabra y de segundo, una sabrosissima hamburguesa con cebolla caramelizada y jugosas patatas fritas.


De vuelta a casa, he dormido para evitar tener que hablar con mi padre y una vez en casa, he prolongado la siesta durante dos horas más.

Milagrosamente, auto imponiéndome una severa disciplina, he sacado fuerzas para tocar el piano durante una hora aunque no disfrutara nada.

En la cena estábamos mi hermana pequeña, mis padres y yo. Cómo me temía, he vuelto acaparar el tema de conversación y es que de hecho, sucede cada día. Mi postura derrotista de no querer hacer nada y que la vida es una mierda contra las soluciones y alternativas que me proponen uno y otro. Por suerte tuve una buena idea y les he comprado este libro para que se hagan a la idea de lo que es convivir con un lastre como yo.

Después de cenar, me he dedicado a actualizar mi blog con la esperanza de que sea mi verdadera salvación y poder seguir haciéndolo durante muchas noches más.

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